El reposo del guerrero
Hola majos, vamos a seguir pues con la historia de aquestos apuestos juglares:
Empezó la semana como había acabado la anterior, Los Pitillo dormitando una leve duermevela que concluiría con los primeros y abrasadores rayos del Sol. Ahora empezaba la aventura.
Como lugareños de toda la vida iban saludando a uno y otro lado a las gentes a las ke habían hecho disfrutar durante tres largos días. Tras almorzar en su taberna habitual (solían animar a los no pocos pamploneses sitos en Ortegalia durante el festival, a la hora en ke los mozos de Pamplona cantan aquello de: “A San Fermín pedimos, por ser...”) se plantearon ké les depararía el día. Ismael y Diego, ke ya se habían aventurado en el cónclave el año anterior, recordaban vagamente la existencia de una pequeña aldea donde regalaban viño, pan y sardiñas a los viandantes, con la única obligación de entretenerlos un rato. Indagando entre el personal que frecuentaba la taberna, se enteraron de ke esa fiesta, como muchas ke vendrían luego, se habían celebrado anteriormente, para no restar importancia a los fastos de Ortegalia. Así ke prestos se dirigieron a un lugar incierto, pero ke los atraía con firmeza, Cariño. Pueblo sito cerca del cabo Ortegal, el punto más septentrional de la Península, les recibió entusiasmados y los agasajó con una pitanza consistente en raxo, zorzas, emperador, mejillones... todo regado del mejor de los ribeiros. Tras los consabidos café y copa se dirigieron Los Pitillo, con la idea de mostrar no solo sus artes musicales, sino también sus esbeltos cuerpos. Para ese entonces se había sumado al grupo Eva Pitilla (con la ke no haré, verso, que siempre me pilla) y lo había abandonado, no sin pesar, Javi Pitillo, puesto ke su cita con el cirujano-barbero de los dientes era ineludible. Ya con dos mujeres en el grupo, los Pitillo se sintieron más equilibrados para afrontar el resto de la aventura. Se divirtieron con las olas, y tras tomar una cervecilla en el pueblo, y ya cayéndoles la noche encima, se fueron a la Praia do Morouzos (conocida entre las gentes del lugar por albergar a malolientes y costrosos trolls, siempre acompañados de sus fieles, y demasiado débiles para huir, perros trolls). Allí montaron campamento, se asearon y disfrutaron de una cena fría bajo las estrellas. No faltaron las chanzas, las sardinas con Pimientos de Padrón, el Cigales, ni las ganas de tocar sus instrumentos, ke se fueron diluyendo a medida ke el cansancio acumulado hacía mella en sus cuerpos.
Y amaneció el martes, y ese día la cita era ineludible, la popular “Festa dos Miguelitos”, en Meis, A Coruña. Siempre con Ismael trazando vertiginosos itinerarios ke los llevarían a contemplar los más embelesadores paisajes, los Pitillo visitaron Ferrol, comieron cojonudamente en Pontedeumes, disfrutaron de las playas de Sada y se rindieron agotados en el precioso camping de Santa Marta de a Coruña. ¿Y la popular “Festa dos Miguelitos”, os preguntareis. Como por ensalmo, también se había celebrado la semana anterior.El miércoles era un día triste, todavía no habían sonado los platillos, y Los Pitillo perdían dos de sus más fieles integrantes, Peri Pitillo y María Pitillo, ke, desde la primera noche en Ortegalia, no habían disfrutado de un solo rato de intimidad marital. Partieron entre pétalos de rosas rumbo a Magerit, ya que Peri Pitillo debía seguir alimentando a las gentes de Castilla, pues es bien cierto que de sus establos y mataderos se nutría buena parte de Castilla y sus alrededores. El grupo se reducía drásticamente, solo los más valientes, los más osados, los más bellos (altius, fortius, rapidius) se atrevían a seguir, con la que, probablemente, sería una de las más fascinantes historias, posteriormente leyenda, que circularían de boca en boca por los habitantes de aquella mágica tierra, la Galicia Celta: “Hacia la actuación final”....
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